En la primavera de 2014, poco después de realizar mi primera exposición en Madrid, estuve viviendo en la parte europea de Estambul, en un centro artístico independiente que hoy ya no existe y que se llamaba Maumau. Allí hice varias amistades que, a pesar de la distancia física que nos ha separado desde entonces, de algún modo sigo conservando aunque sea bajo la forma de cartas y correos una vez al año.

Recuerdo con exactitud los momentos que pasé junto a Eva, Atalay, Sine, Christoph, Olga o Raisa, y con aquellos cuyos nombres he olvidado por completo. Recorrí la ciudad y los alrededores, así como las nueve pequeñas islas que los turcos llaman del Príncipe. Al cabo de un mes me había habituado al ritmo y a las distancias de una ciudad gigantesca, frenética y contradictoria. Mi estancia allí tenía como final una exposición colectiva entre Eva, Olga y yo que titulamos “I don’t get it”, porque precisamente entre nuestras obras no había una conexión premeditada, ni un mismo discurso, ni siquiera una semejanza formal. Lo curioso es que, al revisar la carpeta de fotografías que guardo de aquella temporada, no poseo ninguna de las obras que pinté. Nada me debía ser más ajeno que mi propio trabajo, porque sólo le había prestado atención a las estampas, detalles o situaciones cotidianas que me encontré a lo largo de varios meses y que encapsulé con mi cámara. Y es precisamente con este objeto con el que capturé la única imagen de la exposición. En ella se ve a tres personas —con las que hablé varias veces, pero ahora me es imposible recordar quiénes eran— que miran, apoyadas desde un banco, uno de mis cuadros. Han pasado casi diez años. Aun así, me siguen fascinando las expresiones ambivalentes de cada uno. A la izquierda, el chico escruta el cuadro con cierto arqueo en las cejas, y su mirada es sorpresiva y retadora. La chica, en el medio, tiene la boca cerrada y los ojos abiertos y serenos; está atenta y contemplativa. El tercero parece que se reclina hacia delante porque no llega a estar convencido de lo que ve, lo cual es importante para mi trabajo. Hay en sus ojos incredulidad y distancia, y sin embargo su expresión es la que más reflexión podría generar.